Finalmente, después de años de resistencia, de combatir contra su excesivo sentido común, de negarse a aceptar su destino, Chino cedió. Llamó a sus amigas y formó el primer circo de fenómenos de Chile. No le quedaba otra, ya que luego del escándalo de los cheques y su destitución como concejal, había caído en desgracia. El circo fue todo un éxito. La gente viajaba desde Talca, desde Curepto, incluso desde San Javier, para ver el show que Chino había preparado cuidadosamente y que presentaba en el gimnasio de un liceo fiscal de San Clemente. Una gorda bailaba semidesnuda un ritmo ya extinto llamado Regetón; otra se depilaba con un alicate ante la morbosa mirada de decenas de campesinos ebrios; una tercera se reventaba espinillas y con las descargas de su pus le daba a un blanco en movimiento colgado en la espalda de una enana coja y hermafrodita; y así, cada una de las amigas de Chino ejercía una exhibición monstruosa de sus particularidades fisiológicas y fisonómicas.
Chino se encajaba a duras penas un viejo traje rojo de maestro de ceremonias y salía a la pista a presentar a cada una de sus estrellas. Intercalaba cada número de sus fenómenos con pequeños monólogos supuestamente cómicos que él mismo preparaba. Aunque imitaba (mal) a personas que sólo él conocía, la gente lo encontraba simpático y lo alentaba. Pronto la mayoría olvidó todo lo que había pasado durante su último periodo como concejal, no sólo el asunto de los cheques, también lo de “las putitas”, la cuestión de la guagua y el tractor e incluso el famoso “affair Chamorro”. Olvidaron todo porque la atracción que provocaba el circo generó una prosperidad inesperada en una ciudad que moría lentamente. La gente volvió a querer a Chino. Las señoras, las temporeras y campesinas de la localidad, trataban de casar a sus hijas con el regordete y momentáneamente próspero cirquero. Chino, o Don Chinito, como comenzaron a llamarlo, no se hacía mucho de rogar. No es que se haya terminado casando con alguna de aquellas adolescentes que cada día le eran presentadas, a veces incluso introducidas subrepticiamente a sus aposentos, como si Chino se hubiera transformado repentinamente en una especie de rockstar, pero se cuidaba de mantener la esperanza de esas familias respecto a eventuales bodas. Esos padres, al ver a sus hijas en los brazos del corpulento personaje, se sentían casi rozando la realeza. Según la opinión de Chino, con eso bastaba para hacerlos felices; según su opinión, no estaba haciendo nada malo.
Todo parecía ir viento en popa, pero, como suele ocurrir, la desmesurada ambición que se apodera hasta de los más nobles seres humanos cuando alcanzan la cima, pudo más que los ideales. Cuando se reveló que Chino mantenía a “sus amigas”, esos abyectos fenómenos, esos terribles errores de la naturaleza, esas masas informes de huesos, grasa y pelos que a duras penas aguantaban el rotulo de “mujeres”, en condiciones paupérrimas, en pequeñas jaulas cúbicas de 1 metro y medio de lado, jaulas que no sólo eran sus dormitorios, también sus baños y el lugar donde Chino hacía sus conocidas “visitas nocturnas”, parecía que la carrera pública de Chino había terminado, esta vez de forma definitiva, sobre todo cuando más tarde se supo que además algunas de sus “estrellas” habían tenido en algún momento una forma humana o la posibilidad de recuperarla, pero que Chino había intercedido y seguía haciéndolo, introduciendo diversas sustancias teratógenas en su dieta.
Pero Don Chinito tenía una as bajo la manga.
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