7/22/2006

¿Rescate cultural
o rescate de Chino?

Un buen día de otoño de 2009 estábamos en casa de Chino (o sea, en casa de sus padres) trabajando en un proyecto para el Bicentenario. Era un proyecto de rescate de los almacenes tradicionales de la ciudad de Santiago. Discutíamos sobre cómo incluir dentro de la sección de “patrimonio inmaterial” el abuso de menores. Yo opinaba que bastaba con una descripción detallada de esta desaparecida institución; Chino decía que debíamos agregar algún tipo de anexo documental, con fotografías o video, aunque se tratara de recreaciones. Yo estaba sentado al ordenador escribiendo mientras Chino se paseaba de la oficina a su dormitorio, argumentando su posición.

Estábamos en eso, cuando escuché un estruendo proveniente de la habitación de Chino. Al ir a ver qué había sucedido me encontré con un triste espectáculo: uno de los dos estantes que contenían la colección de películas pornográficas de Chino se había desplomado, atrapando a su dueño; literalmente, esta vez. Chino se quejaba ruidosamente, aunque con unos gemidos bastante mediocres. En ningún momento llegué a tomármelos muy en serio. Quería mucho su colección, sobre todo después de que le había ayudado a salir de la pedofilia (eran películas pornográficas en donde participaban exclusivamente adultos). Volví al ordenador a salvar lo que llevábamos escrito y regresé a ayudar a Chino. Tendido en el suelo y aplastado por el estante, se las había arreglado para sacar una mano y ponerse a mirar las tapas y contratapas de las películas. Parecía interesado y entretenido, así que lo dejé hacer y volví al ordenador. “Voy a tratar de meterle más blabla al apartado sobre el abuso de menores”, le grité a Chino. No hubo respuesta. Me puse a escribir.

“¿Qué decir de aquella íntima relación que se desarrollaba cotidiana y espontáneamente entre el querendón personaje de barrio y las regalonas de la cuadra en la trastienda del pintoresco almacén? Sin aparecer en billetes o en pinturas, sin duda se trata de una de las escenas fundantes de nuestra nación, en donde el añoso comerciante de barrio, verdadero depósito de experiencia, traspasaba toda su sabiduría a la inocente niña que iba a comprar huevos o aceite en botella, preparando con sabias manos el camino que la llevaría a convertirse en mujer. Todo ello, a través de una relación de tacto y cercanía, absolutamente desaparecida en medio del anonimato hoy imperante. ¡Qué decir de aquellos dulces que le prodigaba para acallar su boquita traviesa y mantener en secreto esa mágica experiencia que acababan de compartir!”.

Estaba en eso, pensando en la pertinencia del término "relación cara-a-cara", cuando se abrió una ventana de Messenger. Una de las numerosas mujeres que Chino tenía en su lista (había creado un grupo especial, llamado “Minitas”) me estaba saludando, creyendo que yo era Chino. Ante el cese en mi tecleo, Chino pareció advertir que algo sucedía, pues desde su habitación me llegó un preocupado: “¿qué pasa?”.

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