5/24/2006

II


Francis se acercó sigilosamente a Motoo, más que por timidez, para no espantarlo, y se sentó a su lado antes de que Motoo pudiera reaccionar y hacer lo que siempre hacía: huir en busca de la soledad. Francis acorraló a Motoo y lo obligó a conversar con él durante ese descanso.
Motoo era, a todas luces, el niño más tímido y con el aspecto más débil y extraño de la clase. Francis, en cambio, a pesar de que también era tímido, para sus cortos 10 años era uno de los alumnos más altos de su nivel. Con el tiempo las cosas se invertirían y Motoo terminaría superando por más de 10 centímetros la altura de Francis, pero hasta ese momento la intrincada genética del desarrollo jugaba a favor de Francis, determinando tal vez la clase de comportamiento apagado y taciturno que Motoo demostraría toda la vida, en oposición a la timidez oculta tras una behemencia única que Francis, uno de los más reconocidos asesores que tendría el departamento de estado norteamericano en la década de los 90, haría su sello personal de éxito.
Pero, quién sabe ya a estas alturas por qué, esa mañana Francis necesitaba hablar con alguien (en general también permanecía solo y silenciosos durante esos descansos entre lección y lección) y creyó que el niño más tímido de la clase tendría algo interesante que decir.
Durante todo ese año, Francis y Motoo entablaron una extraña y fructífera amistad. Extraña, porque para ser niños tomaban cada tópico de conversación con una seriedad y una profundidad inusitada; y fructífera puesto que, cuando llegó la hora de decir adiós al año siguiente, cuando la familia Fukuyama decidió migrar a Estados Unidos, Motoo había inducido a Francis a dedicar su vida a la ciencia. Francis, por su parte, creyendo que todo aquello de que "en la biología estaba el único camino posible para el desarrollo de la humanidad" (máxima que guiaba todo el discurso de Motoo) era idea suya, partió a América pensando en que algún día, cuando tanto él como Motoo fueran biólogos reconocidos, volvería a encontrarse con su amigo para generar la clase de teorías que transforman al mundo.
Sin embargo, al llegar a Estados Unidos el mundo de Francis se transformó radicalmente. Era una sociedad tan profundamente diferente y que planteaba una clase de exigencias tan abismalmente opuestas a las que había tardado más de 10 años en habituarse en su japón natal, que pronto dejó siquiera de recordar a su amigo Motoo y de plantearse problemas de índole biológica; esos eran temas casi míticos, casi fantásticos, temas que no tenían nada que ver con la realidad que podía observar cada día, con la serie de eventos políticos, sociales y filosóficos que iban transformando su época y todo lo que él había comprendido como parte integral de un mundo pragmáticamente organizado, estructurado para que el ser humano pudiera dar un paso más allá de su naturaleza en busca de la felicidad.
Así, no volvió a pensar en Motoo, hasta que hacia principios de la década de los 70, ante una pregunta realizada por uno de sus alumnos más torpes, en la cual intentaba vincular los últimos progresos de la genética con los procesos sociales que se daban en el seno de la guerra fría, pregunta en la que más que proponer algo dicho torpe alumno intentaba hacer que Francis realizara él la síntesis entre esos dos tópicos, pregunta que estaba formulada de tal manera que pareciera una pregunta inteligente pero que viniendo de quién venía ni siquiera merecía el beneficio de la duda, pregunta para la que Francis no tenía respuesta ya que no se había interiorizado respecto a los recientes avances de la disciplina genética, ante dicha pregunta, Francis decidió investigar qué había de apasionante o revolucionario en el campo de la biología para que hasta el más estulto de sus estudiantes estuviera pendiente.
Así fue como Francis descubrió en Nature una de las controversias más encendidas que se ha dado desde el descubrimiento del modelo de la doble cadena de ácido desoxirribonucleico: el choque de realidades que las investigaciones bioquímicas produjeron al indagar en torno a los mecanismos evolutivos que guían las transformaciones nucleotídicas, las mutaciones del DNA, y que dieron origen a la teoría neutralista de la evolución del genoma, a la única concepción no darwinista de la evolución que cuenta con pruebas científicas que la respaldan.
Francis se interesó bastante por este debate y decidió seguirlo, indagar en él y tratar de comprenderlo con los escasos conocimientos en biología que conservaba del bachillerato. A pesar de que ni siquiera se sentía capaz de explicar la teoría de la evolución darwinista, sí se sentía parte de ese dogma fundacional y el cambio de paradigma (a pesar de que en aquellos años el concepto de paradigma científico todavía no alacanzaba el grado de aceptación y divulgación que está implícito en esta frase) que podría implicar la teoría neutralista estaba estrachamente relacionada con lo que eran sus intereses más inmediatos. Sin embargo, tardó en asociar el nombre del investigador japonés que proponía y defendía el neutralismo con el de su amigo de infancia, Motoo Kimura, también conocido como el "genetista de las tres piernas".

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