Hacia la cuarta o quinta ronda de shops, Chino hizo el anuncio. Todos sabían que esa noche Chino haría un anuncio, ya lo había adelantado vagamente en un escueto mail que la mayoría había borrado rápidamente de sus saturadas casillas electrónicas. Los que se habían detenido a pensar un momento en qué tendría Chino que comunicarles a ellos, después de tanto tiempo sin verlos, supusieron lo más obvio: Chino se había decidido finalmente, había ahorrado lo suficiente y ya estaba todo listo y todo hablado para de una vez por todas acudir al cirujano a sacarse esos 110 kilos de grasa que a duras penas le permitían moverse.
Pero no. Chino no estaba dispuesto a renunciar a su enorme volumen, a su monstruoso cuerpo, a ese peligroso sobrepeso que lo habían lanzado a la fama (una fama patética, pero fama al fin) como el concejal más gordo del país. El anuncio que tenía que hacer Chino remitía a cuestiones totalmente diferente, a “cosas importantes”, como dijo él mismo antes de hacer una larga pausa para tratar de incrementar la tensión. Pero la cerveza ya había hecho su labor , y pocos escucharon a Chino cuando finalmente confesó: “Estoy muerto… Llevo años muerto. Fui asesinado por un grupo de Neonazis en Concepción… efectivamente fui perseguido, torturado y asesinado esa noche... Estoy muerto, hace poco lo descubrí, y puedo probarlo.”
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