7/17/2006

Escena A
Motoo llegó a San Clemente una lluviosa mañana de julio, junto a su esposa Linda y su primogénito Pete. Se alojaron en la hostería de don Aurelio. En la tarde, cuando la lluvia amainó, salieron a dar un paseo y entraron a comer un bocadillo al restaurant La Perla de San Clemente, famoso por sus sopaipillas pasadas y por una foto de Neruda autografiada por Raul Zurita. Linda era la única del grupo que hablaba algo de castellano y ella pidió por los tres: pan con queso y café para Motoo, una cocacola light para ella, y para Pete, pan con queso y cocacola light. También tenían cervezas, pero Motoo pensó que hacía mucho frío para beber una. Linda estuvo de acuerdo. Uno de los concejales del municipio de San Clemente, en cambio, pensaba que era un excelente día para emborracharse. Se sentía gordo, se sentía cansado e inútil, sentía que la vida no tenía sentido, extrañaba a una ex novia de la juventud, sabía que olía mal y que los vecinos de la ciudad no lo respetaban. A su favor estaban sus ingresos, más de lo que nunca había esperado ganar (redondeaba los 400.000 pesos cada mes) y que el alcalde parecía estimarlo (siempre lo saludaba, incluso lo trataba con un diminutivo de su apodo). Chino, el concejal, entró poco después que la familia de Motoo a La Perla, proveniente de una de las reuniones que jueves a jueves congregaba a los concejales en el edificio consistorial de San Clemente, una vieja casona que se caía a pedazos. Saludó al dependiente, un viejo conocido de Chino, un ex-anarko-sindicalista-renovado que ahora coqueteaba con la multitendencia del Partido, aunque a diferencia de Chino, aun no se unía a él. No sospechaba que esa indecisión provocaría su ruina pocos meses después.
Chino pidió una cerveza barata y giró sobre su asiento, apoyando un codo sobre la barra mientras levantaba el otro para beber su primer sorbo. No era nada sencillo para un sujeto de su tamaño estar sentado en uno de aquellos pequeños sillines, así que no tardó en desistir de sus ridículos esfuerzos por parecer relajado, y se fue a sentar en el rincón más triste y oscuro del local, totalmente abrumado. Pero entonces se percató de la familia japonesa-norteamericana. Los ojos de chino refulgieron y una extraña vibración le recorrió la espina dorsal, de abajo hacia arriba y viceversa, lo que terminó por hacerlo expeler un silencioso pedo. "Este día puede dar un giro interesante...", se dijo así mismo, mientras tomaba impulso para levantar su pesada anatomía del asiento y caminar hasta el borde de la mesa de la familia Kimura.

No hay comentarios.: